«No es el crítico quien cuenta, ni tampoco aquel que señala cómo tropezó el hombre fuerte, ni cuando el ejecutor de hazañas pudo haberlo hecho mejor. El crédito pertenece al hombre que realmente está en la palestra, aquel cuyo rostro está estropeado por el polvo, el sudor y la sangre; aquel que se esfuerza valientemente; aquel que comete errores y se queda corto una y otra vez; aquel que conoce los grandes entusiasmos, las grandes devociones e invierte mucho de sí mismo en causas que valen la pena; aquel que en el mejor de los casos, conoce al final el triunfo de un gran logro; y quien en el peor de los casos, si fracasa, fracasa mientras se esfuerza extraordinariamente, y de esta manera su lugar nunca será con aquellas almas tímidas y frías que no conocen ni la victoria ni el fracaso».